Whisky contrarabia Tres


El poeta Juan Pablo Barrios dijo bellamente que estos cuerpos nuestros nos hacen producto de la inestabilidad de los narcóticos y el silencio. No sé porqué, pero creo que se refería a otra ciudad, porque ese imperio del silencio y el placer no es visible por ninguna parte. Hay un poema donde habla de una fiesta que ocurre entre dos personas ebrias en un apartamento y eso se me asemeja más. A esa sensación de no tener siquiera un pasado falso (un tiempo pasado mejor) a donde aferrarse. El deseo, entonces, y pienso que tambien es mi refugio. Duermo sobre las mesas y sonrió cuando veo entrar a mis amigos. Alguien hace mucho tiempo (en una plataforma como la web lo instantáneo es el imperio, cualquier texto fuera de esa ontología parece pertenecer a la edad de las cavernas) publicó que sólo en las misteriosas ecuaciones del amor existe una razón lógica verdadera. He tardado dos horas buscando esa nota haciendo click en ‘publicaciones antiguas’ una y otra vez. Ahora mismo, frente a la barra de un bar a media noche, converso con esa persona, tan milagro en este pueblo; conversamos en un lugar donde nada es antiguo, nada es futuro y nada es ahora.

Whisky contrarabia Dos


Pero todas las noches de fin de semana, unos pocos canjeamos esa tristeza de polvo y sol por una de alcohol y carne. Es cuando nuestra imaginación chispea débil y fugaz para repetirnos en nuestra miseria, más alegres que hace cinco horas, cuando era sábado a las cuatro de la tarde. Le comento a alguien que he leído hace unos días en el periódico que hay estudios que demuestran que la imaginación hace más tristes a las personas. No recuerdo qué me responde. Quizá por dentro también se esté preguntando por qué entonces esto es tan triste. Bailamos en círculos, coreamos las canciones que el dj pincha en el mismo orden de la noche pasada, la misma gente bebe en sillas monstruosamente unipersonales, como si cada bebedor y bebedora cumplieran una función predeterminada para la que no necesitar rostro. Deseo para mí sólo todas las cosas, escribí a los 17 años y el verso se repite en cada nombre que pronuncio y en todas las manos que saludo. Es un reino de quejas. Podría seguir escuchando fascinado toda la madrugada al barman hablar de la condenación de la clase media. Me toman del brazo y salimos a la calle. Tomamos el auto para andar las tres cuadras que nos separan del siguiente bar.

Whisky contrarabia Uno


Todas las fechas de fin de semana una poca fauna de un pueblo helado pisa la piel de la noche. Entonces los bares del centro abren su mediocridad y enchufan aquella falsa sensación de peligro con que nos damos electroshocks para despejarnos de la contemplación de una semana cargada de vacío. Es un pueblo triste. Las calles no son iguales pero es igual el desconsuelo que va colándose por las ventanas de los hogares de gente que sólo se ve en la calle tres veces al año. Ahí la retórica agramatical de las amas de casa en la puerta a las siete de la mañana, cuando voy al trabajo y pienso que frente a esas puertas han de existir poderosos vidrios ultratransparentes que nadie se atreve a romper. Ahí la verbosidad monosilábica de los hombres con camisa institucional de la fábrica de golosinas con que se explotan a sí mismos todo el día en una furgoneta llena de bolsitas de colores. No hay chistes. De común acuerdo los vecinos han instalado un monumento al buen humor al centro del cementerio ya casi en ruinas y todas las mañanas cambian solemnemente sus flores. Un ángel de mármol con el brazo roto firma el acta de testimonio a través de una aplicación de Facebook.